lunes, 8 de agosto de 2011

EL RAYO DE HIERRO

El Rayo de Hierro

El clima arreciaba y amenazaba con no mejorar.
El calor pegajoso tenía a la gente molesta a todo momento.
Era hora de hospedarse al fresco en algún Ashram, para lograr descansar debidamente, pues al aire libre se estaba tornando casi imposible conciliar el sueño.
En Mathura, al sudeste de Delhi, la Tierra donde Sri Krishna encarnó, había conocido un Devoto llamado Govindanand, que le había invitado a visitarlo si pasaba nuevamente por allí.
Así fue como fue a visitar esa Tierra Sagrada, impregnada de las historias que relataban la infancia del Séptimo Avatar.
Podía sentir las vibraciones de Pureza que emanaban de la atmósfera de aquel Sacro lugar, donde Krishna había pasado su infancia simbólicamente como pastor.
Se postró en la tierra y besó el suelo Santificado por la sempiterna Presencia del Enviado y se le escuchó decir:
“Hari Bol”. “Hare Krishna Hare Krishna, Krishna Krishna Hare Hare; Hare Rama Hare Rama, Rama Rama Hare Hare”
Cerca de la Montaña Sacra de Govardana, estaba el sitio que buscaba.
Una senda de tierra conducía al Templo, pero el Devoto no estaba y no arribaría hasta el siguiente mes.
La bondadosa y sincera hospitalidad hindú permitió que el extranjero pudiera hacer uso de las instalaciones, haciéndolo sentir como en su casa.
Aprovechó para reposar y alimentarse correctamente.
Husmeando entre los viejos libros prolijamente acomodados en tres grandes vitrinas que acusaban el paso de los años, dio con el Ramayana y el Mahabharata, las dos grandes Epopeyas de la India, que constaban de varios volúmenes.
Afortunadamente, estaban traducidos en Hindi y en Inglés, de los originales en Sánscrito.
En ellos leía asombrado sobre los “Vimanas”, vehículos metálicos voladores de miles de años ha, que podían navegar en el aire, desplazándose en todas direcciones con veloz ductilidad.
Recordó que en el fascinante libro “Recuerdos del Futuro”, su autor, el gran investigador Erich Von Däniken, hacía alusión a dichas Naves y a una Guerra de devastación total, de características modernas, acaecida en la Antigüedad.
Los Textos databan de hacía 3.500 años, pero los sucesos allí mencionados, contaban hechos  que se habían desarrollado 5.000 años antes de ese entonces.
Los dioses eran transportados continuamente en dichos aparatos y el mismo Arjuna, protagonista junto a Krishna del Bhagavad-Gita, poseía un vehículo anfibio, capaz asimismo de elevarse y viajar por aire, que era guiado por su asistente Matali.
Además se relataba con medidas y todo lujo de detalles, la existencia de Ciudades suspendidas en el Cielo, otras bajo la tierra y bajo el Mar.
Durante largas horas permanecía avocado a la lectura,  anonadado por las insólitas historias tan minuciosamente descriptas, de un realismo inusitado.
“Si hoy hubiera una Conflagración, no quedaría ningún vestigio de nuestros logros”.
Era irrefutable para Samkara, desde su adolescencia, que durante el transcurso de miles de Centurias, habíamos recibido la asistencia permanente de Civilizaciones de otros Sistemas habitados y de otras Dimensiones paralelas a la nuestra-como las que existen del otro lado del Triángulo de las Bermudas-, que habían hecho de pueblos de agricultores que labraban la tierra con arados primitivos, como los Egipcios, Incas y los Mayas, de la noche a la mañana, pueblos con  elaboradísimos conocimientos de Construcción, Astronomía y Matemáticas, sólo igualados miles de años después.
Venían a su mente los Continentes de Lemuria y Atlantis, que 100 Siglos atrás habían alcanzado avances tecnológicos similares o superiores a los actuales, pero los cataclismos y probablemente la autodestrucción, habían terminado con ellos.
Las murallas sumergidas en el Caribe, los Mapas de Piri Reis,  la Ciudad de Tiahuanacu, las pistas de Nazca, Teotihuacán, los Moai de Pascua y las Pirámides, eran algunos de los miles de rastros milenarios silenciosos, que habían sobrevivido hasta nuestros días, como testimonio de que la Humanidad había progresado y sucumbido en varias épocas perdidas en la noche de los tiempos, dejando escasos rastros o a veces ninguno.
Habíanse sucedido ya muchos Días y Noches de Brahma, anteriores Manvantaras, anteriores Períodos en que el Sistema Solar se había acercado y alejado del Centro de la Galaxia tal como lo precisaron los Astrónomos Mayas y recordábamos que al menos 4 veces habíamos crecido y desaparecido aquí, antes de esta Quinta Civilización, que marchaba hacia su culminación.
La Ley de los Ciclos se repetía. La Rueda del Dharma había sido impulsada y se había detenido otras veces ya.
Ya habíamos recorrido los 12 Signos del Zodíaco con antelación.

“...Era tan poderoso que tenía la capacidad
de destruir La Tierra en un instante.
Un gran estruendo
Que se elevaba en humo y llamas
Y sobre él estaba sentada la Muerte”.
Valmiki, autor del Ramayana.

“La Destrucción que es llamada Naïmittikä, tendrá lugar cuando finalice el Manvantara del Ciclo de los Yuga. Por lo tanto, concierne a la Especie Humana.
Tendrá lugar cuando El Creador no halle otra solución que una destrucción total del Mundo, para poner fin a la multiplicación desastrosa y no prevista de los Seres Vivos” (Mahabharata: 12.248: 13-7)


“Un Elemento como el fuego
ha surgido a la existencia,
incinerando ahora montañas, Ríos y Árboles.
...Toda clase de hierbas y gramilla
en el Universo móvil e inmóvil,
quedan reducidas a cenizas.
Vosotros, crueles y perversos,
embriagados de orgullo,
por medio de ese Rayo de Hierro,
llegaréis a ser los exterminadores
de vuestra Raza”.

“Un único proyectil,
cargado con toda la Potencia del Universo,
un arma desconocida, un Rayo de Hierro,
un gigantesco mensajero de la muerte
que redujo a cenizas
las Razas de los Vrishnis y los Andhakas,
aquellos enemigos contra quienes se utilizó.
Los cuerpos estaban tan calcinados
que resultaban irreconocibles.
Sus cabellos y uñas ya no estaban.
Jarros y utensilios quedaron destrozados
sin motivo aparente
y las aves se tornaron blancas”.

En diversos pasajes, leía que por ejemplo Brahma, Indra, (dios del Trueno) y otros viajaban en Naves voladoras construidas en material metálico, por su diseñador Maia.
Se aportaba información precisa sobre maniobrabilidad, carburante, materiales de construcción y operatividad de las Naves que aparecían en una Era en que supuestamente los soldados más aventajados, combatían en carros arrastrados por caballos, atacando con espadas, flechas y lanzas.
Los Vimanas circunvolaban con total versatilidad los Cielos a  velocidad vertiginosa.
“Por orden de Rama el soberbio carruaje ascendió con poderoso estruendo hacia una montaña de nubes...”.  Ramayana, (Traducción de N. Dutt, 1891, Inglaterra)
Variados tipos de armas de gran radio de destrucción y sofisticación impensable para su época, eran descriptas pormenorizadamente.
Los Astras eran aparentemente una especie de misiles de aquel entonces.
Agneyastra, un cañón que lanzaba municiones de hierro.
Mahanastra, una flecha que al impactar producía la asfixia, podía acabar con un entero ejército. Ésta, tenía todas las características de un arma química de gas venenoso.
Thastra, armamento con la capacidad de aniquilar miles de enemigos a larga distancia.
Agniastra, que podía carbonizar una Armada completa.
Entre los perfeccionados cohetes, se contaba asimismo con uno que producía alteraciones climatológicas, que derivaban en pavorosas tormentas; lo denominaban Narayanastra.
Así, decenas y cientos de artefactos aparecían en escena en la guerra más moderna jamás escrita. ¿Cómo podían imaginar con detalles lo que jamás conocieron?
Naves que superaban en destreza a los actuales caza-bombarderos , artillería pesada de largo alcance y cohetes de vasto poder destructivo.
Era inadmisible pensar que la mente más imaginativa de aquellos días, sin tener absolutamente ningún parámetro remotamente similar sobre el cual apoyarse, haya siquiera soñado con tales avances tecnológicos y científicos.
Lo único que volaba entonces, eran las aves.
El arma más efectiva: el arco; el proyectil más elaborado: la flecha.
El transporte más rápido: Un carro arrastrado por Elefantes, caballos o camellos, dependiendo del área en cuestión.
El Arma de mayor alcance: una Catapulta que lanzaba piedras.
Marco Polo, el aventurero veneciano que se atrevió a llegar al Extremo Oriente, trajo a Occidente la Pólvora, un descubrimiento aparentemente chino, que éstos utilizaban para crear fuegos artificiales. Eso ocurrió en el Siglo XIII.
El fuego no era fácil de obtener. Se necesitaba un arduo trabajo de rozamiento de dos varas de madera u otros objetos, no existiendo ningún combustible, para encender la primer chispa, que rodeada de hojas secas, producía una débil llama, hasta que la pequeña fogata cobrase vigor.
Luego, se debía tener constante cuidado para que las brasas no se enfriasen, apantallándolas o agregando continuamente hojas o ramas secas.
Con los Siglos, las antorchas bañadas en brea, mantenían vivas las llamas.
¿Qué tipo de combustión, originada a partir de qué elemento, era capaz por aquellos tiempos de devorar con fuego ejércitos, bosques o el Mundo?-se preguntaba.
Los Vimanas que surcaban la Bóveda Celeste y los Astras, supuestos misiles, fueron utilizados en una Gran Guerra, desarrollada hace 8.000 años.
“Bhima voló con su Vimana sobre un monstruoso rayo que brillaba como el Sol y cuyo fragor recordaba el tronar de una tormenta”.  Mahabharata (Traducción de C. Roy)
Pero eso no era nada, comparado con El Rayo de Hierro, un ordinio capaz de devastar el entero Planeta.

“Un tallo mortífero
como la vara de la muerte.
Su medida era de tres codos y seis pies.
Dotado de la Fuerza del Trueno de Indra,
la de los mil ojos,
aniquilaba toda Criatura Viviente”.

Gurka, uno de los que conducían los Vimanas, “lanzó una tremenda Arma sobre la Ciudad Triple, que fue totalmente arrasada por el fuego”.
Jhael asimilaba cada letra, cada verso apasionadamente, sin detenerse más que para humedecer un poco su seca gargantacon un poco de Chae (Té).

“Entonces arrasó multitudes de Samsaptakas
con Caballos y Elefantes y
carros de guerra y Armas,
cual si fueran hojas secas de los Árboles.
Arrastrados por el viento, Oh Rey,
lucían hermosos allá arriba,
como aves en vuelo saliendo de los Árboles”

“...Luego de algunas horas
todos los alimentos estaban intoxicados.
Para huir de ese fuego,
los guerreros se arrojaban al Río,
para lavarse ellos y su armadura”.

“...Vientos terribles soplaron.
El Sol pareció girar sobre sí mismo.
Calcinado por el calor abrasador.
El Universo se estremeció con fiebre.
Abrasados por el calor,
Elefantes y otras criaturas huían corriendo,
para escapar del poder del Arma.
La aguas hirvieron.
Las criaturas que en ellas vivían
comenzaron a arder.
Guerreros enemigos caían como Árboles
calcinados por un tremendo fuego.
Los Elefantes lanzaban terribles alaridos,
quemados por el Arma
y caían muertos por tierra.
Otros, incinerados por las llamas,
corrían de un lado a otro.
Los caballos y los carros de guerra ardieron
envueltos por el incendio del Bosque.
Quemados por la fuerza de esa Arma,
todos perecieron,
como en un incendio del Bosque.
Un profundo silencio se extendió sobre el Mar.
Los vientos comenzaron a soplar
y la tierra se iluminó.
Se presentó una vista estremecedora:
Los cadáveres habían sido desmembrados
de tal manera a causa del calor,
que no semejaban a seres humanos.
No se había visto antes
un Arma tan cruel y nunca
habíamos oído hablar de un Arma así”.

Mahabharata, 1.500-2.000 AC (C.Roy,  1.889, Drona Parva)

Los espeluznantes hechos de la Epopeya, se referían a una guerra que había acontecido unos 4 mil años antes de ser redactados, o sea hacía 8 mil años.
El Pasado se reflejaba en el más aterrador Presente, con más vigencia que nunca-discernía el eterno pasajero. La Historia siempre se repetía.
No había vestigios de esa Guerra, por el grado total de devastación, como ocurriría hoy.
Ya no podía ni vivir ni pensar de igual manera, sabiendo a ciencia cierta las tribulaciones que acechaban, como ya había pasado anteriormente, pero que resultaban increíbles sin embargo, para la Especie Racional que no quería ver lo que sucedía, ni  siquiera las Señales expuestas. Y que creía solamente en la parte de las Escrituras que quería creer, o directamente en nada.
Pero él sabía, conocía y comprendía  que no era factible que tantas Culturas diferentes, en épocas tan disímiles, en sitios tan distantes y Religiones tan importantes, hubiesen inventado semejantes historias sabiendo que las mismas, no eran condicionantes para sus respectivas Filosofías o Credos. La gente no necesitaba de ellas para creer en Dios.
Las pruebas estaban a la vista.
La necedad, la testarudez, los temores y el analfabetismo espiritual, impedían a las masas escépticas rendirse cuenta. El Karma Colectivo les había vendado los ojos.
Para él era una cuestión intuitiva. Sentía que algo horrible iba a ocurrir, envolviendo en llanto a todo el Género Humano. Desde pequeño, sin haber recibido información alguna al respecto, se veía a sí mismo en circunstancias espantosas, donde todo su entorno estaba sumido en el caos total y veía en esas impresionantes imágenes cómo la gente corría entre los escombros y el fuego. Percibía perfectamente que no sucedía simplemente en su lugar natal, sino que la muerte se diseminaba por todo sitio.
Cuando relataba a su madre lo que había visto, ésta sonreía, le abrazaba y le explicaba que eran tan sólo pesadillas. Pero él las soñaba despierto.
A medida que iba creciendo, las visiones se hacían más esporádicas, pero más detalladas y reales. Le resultaba inconcebible considerar siquiera por un instante, que todo era producto de la fantasía, ya que en varias oportunidades había intuido el peligro y la desgracia, antes de que determinadas desventuras acontecieran.
Pero... ¿Cómo podía conversar de esas cosas, si sus propios amigos no coincidían ni siquiera con sus ideales? ¿Y quién podría creer semejantes cosas?
Evidentemente, así como en los Astros, en las páginas de la Historia de cada uno estaba inscripto el Sello que determinaba su capacidad de creer o no creer, de descubrir naturalmente a Dios o negarlo acérrimamente, de captar los Signos u obviarlos, de cambiar o continuar empeorando, de buscar la Salvación o provocar su exterminio.
La Promesa había sido hecha.
La Advertencia había sido anunciada.
“Aquel que tenga oídos, oiga”.
La Ley de Causa y Efecto no admitía excepciones.
Todo lo que comenzaba, debía terminar.
Todo lo que nacía, debía perecer.
Todo lo que moría... debía renacer.

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